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ANHELO DE LO COMÚN

Para el ser humano, los vínculos afectivos son casi tan importantes como comer o dormir. Sin embargo, en las sociedades “avanzadas”, cada vez es mayor el número de personas que sufren de soledad no deseada, aislamiento, falta de sentido de pertenencia, y desvinculación del entorno social… Esta auténtica lacra tiene consecuencias nefastas para la salud física y psíquica, el bienestar y el disfrute de la vida.

Seguramente por eso, el deseo de comunidad se ha convertido en una de las necesidades vitales más acuciantes de nuestro tiempo. Y no se trata solo de un fenómeno de la “edad madura”. Los sentimientos de soledad aquejan a personas de todas las edades: adolescentes, parejas jóvenes, familias monomarentales, divorciados, jubilados…

Aunque pudiera parecer un fenómeno reciente, lo cierto es que la historia de Occidente, (del derecho romano a la reforma protestante, la revolución industrial y las modernas sociedades tecnológicas), es la de una progresiva pérdida de la experiencia comunitaria. O quizás debería decir del “regalo” de lo común. Porque la primera condición para que emerja una comunidad es que exista “algo” en común.

Las culturas tradicionales se asentaban sobre los dones de la naturaleza, que disfrutaban siempre colectivamente : los bosques, las montañas, los ríos, las sabanas.., los niños y niñas…A partir de ellos, se tejían distintos tipos de vínculos: lazos familiares, redes de parentesco, de cuidado, de vecindad.. Grupos y estructuras sociales que, como la naturaleza, se basan en el sagrado arte de dar y compartir gratuitamente los dones.

Lo común es todo aquello que escapa a los intercambios puramente mercantilistas. Y hoy, desgraciadamente, son cada vez menos las cosas que consiguen hacerlo.
Recuerdo al sociólogo francés André Gorz que en su libro: “Metamorfosis del trabajo” imaginaba un mundo donde los lactantes contraen una deuda al interés variable, por todo el tiempo que sus madres les han dado el pecho. Y nos invitaba a redescubrir, entre las grietas de la producción y el consumo, esos valores no cuantificables que dan calidad a nuestra existencia. Recuperar lo que hace que merezca la pena ser vivida.

La comunidad es hoy uno de nuestros anhelos más secretos porque sabemos que una rica, variada y afectuosa vida social es fundamental para mantenernos sanos y felices. Que entregar nuestros dones a los demás, y recibir los suyos de vuelta, es la mejor forma de sentirnos plenas.

A veces la soledad es un hecho, una realidad medible y palpable. Otras es solo una sensación: imaginamos que estamos solas, pero en verdad no lo estamos tanto. Por eso, cuando te invada ese sentimiento difícil, te animo a observar a tu alrededor. Fíjate en todos aquellos seres que te acompañan, tal vez silenciosamente. Pueden ser plantas, animales, presencias familiares, amigos, vecinos…Cuando los hayas identificado, dibuja tu comunidad, traza los lazos que te unen a esos seres (puedes utilizar colores, símbolos…), y hazte el firme propósito de cuidar tu relación con ellas y ellos. Sin duda, son tu mayor riqueza. Una riqueza que está en tu mano cultivar y hacer crecer.

Heike Freire

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