Brecha digital y brecha natural
Se habla mucho de la brecha digital como causa de desigualdades sociales. Sin embargo, en los últimos diez meses, muchos niños, niñas, jóvenes (y adultas) hemos experimentado un exceso de pantallas, mientras necesidades vitales, esenciales para la vida, como moverse, jugar al aire libre o encontrarse con amigos, resultan cada vez más difíciles de satisfacer.
A la pregunta ¿cómo educar en tiempos de coronavirus? parece que la respuesta ganadora es: de manera virtual. La crisis sanitaria se ha convertido en la gran oportunidad para que educadoras y educadores, siempre un poco “atrasadas” en estas lindes, nos demos cuenta de las enormes ventajas de la educación online. Las administraciones están empeñadas en que todas las familias, cualquiera que sea su condición económica, tengan acceso a la escuela virtual. Quieren que cada cual pueda disponer “al menos” de un ordenador personal para poder estudiar.
Reducir la “brecha tecnológica” y “limitar sus consecuencias”, dotando de dispositivos electrónicos, conectividad, acceso a plataformas digitales y formación, a todos los centros educativos, se ha convertido en la principal preocupación de nuestros gobernantes. La pregunta es si, al hacerlo, realmente están pensando en las necesidades de los niños, niñas y jóvenes, o cediendo a las presiones e intereses de las empresas “globales” del mercado tecnológico, cuyos propietarios cuentan con las mayores fortunas del mundo: 1,8 billones de dólares en total, según un reciente informe suizo.
Por mucho que “un cierto” desarrollo tecnológico constituya una tendencia clara de nuestras sociedades, todavía habría que saber si esas innovaciones están siendo decididas democráticamente, o solo por una élite que pretende aprovecharse, y también si se trata de una serie de herramientas al servicio del ser humano, o bien es el ser humano quien empieza a ser un mero instrumento al servicio de la técnica y sus suculentos beneficios. En cualquier caso, lo que se ha visto en estos meses, y de lo que sin embargo se hablado mucho menos en la prensa y los medios de comunicación, es de una enorme brecha natural, que empieza a establecerse entre los niños y niñas que, por ejemplo, durante el confinamiento, disponían de una casa con jardín, y el aproximadamente 70% de ellos y ellas que han pasado casi dos meses encerrados en pisos de 70 a 90 m2. Disponer de un terreno, de una familia amplia y bien establecida, de unos padres sin dificultades económicas que no necesiten tele-trabajar, al mismo tiempo que “atienden” a sus hijos e hijas; que desesperados no pasen las noches llorando porque están en un ERTE o han perdido sus trabajos, ha sido y continúa siendo la principal garantía de salud, bienestar, un correcto desarrollo infantil y como consecuencia, un mejor futuro para niños y niñas. Los dispositivos pueden aportar un pequeño plus. Pero sin duda, no pueden paliar carencias y necesidades que son vitales.
Cuidar el mundo sensorial y emocional de la infancia, es lo primero y lo más importante de lo que deberíamos ocuparnos, si queremos que las criaturas se desarrollen como seres humanos “buenos y plenos”, en contacto consigo mismos, con los demás y con el medio ambiente; en lugar de mutantes replegados sobre sí mismos, cuyos sentidos y sentires se han convertido en meros apéndices de una mente abstracta, aislada y globalizada. Un Gran Hermano robótico, frío y calculador que, al ser incapaz de percibirla, de vivirla, ignora y desprecia por completo la Vida con mayúsculas, en toda su ternura, su fragilidad, su riqueza de matices… Que pretende dar al traste con el balbuceo sutil, la presencia invisible, la intensidad emocional y energética que constituye la auténtica existencia humana.
Publicado en Educación 3.0 numero 40