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UNA EDUCACIÓN QUE PONGA LA VIDA EN EL CENTRO

Durante la ola de incendios que golpeó a la comunidad gallega, en el otoño del 2017, un alumno de Secundaria envió una carta a su profesor de Matemáticas. En ella expresaba sus sentimientos de impotencia por los acontecimientos, y le anunciaba su decisión de no acudir al examen, previsto para el día siguiente:

“Quizás me tendrás manía después de esto, tal vez ni siquiera leerás este texto, pero hoy me preocupa más mi tierra y mi gente que un examen de matemáticas. Antes que estudiante, soy persona. Paulo”.

De todo su grupo, Paulo fue el único que se negó a hacer la prueba. ¿Por qué? ¿Qué ocurrió con sus compañeros y compañeras? Tal vez muchos simplemente tuvieron miedo al suspenso, o sintieron una cierta apatía (de a-pathos, curiosamente no sentir nada) o, en su jerarquía de prioridades, situaron por encima los intereses académicos. Su forma de actuar puede justificarse conforme a la “normalidad“.

Hacer lo imposible hoy

Pero lo interesante aquí es la anomalía. ¿Qué llevó a Paulo a tomar esa singular decisión? En su misiva, una frase atrae poderosamente nuestra atención: “antes que estudiante, soy persona”. Estas cinco palabras condensan la violencia de un modelo escolar supuestamente integrador, que quiebra al individuo entre su papel de aprendiz/productor (en este caso, de resultados matemáticos) y sus inquietudes personales. Incapaz de sobrellevar tan dolorosa división, Paulo elige la utopía, ese no lugar que el filósofo esloveno Slavoj Zizek define  como un presente que no podemos evitar, porque en él se juega nuestra cordura: hacer lo imposible hoy.

En un mundo esquizofrénico, donde los gobiernos crean Ministerios para la Transición Ecológica, pero no apoyan el desarrollo de las capacidades para atravesarla, resulta urgente reivindicar el potencial transformador de una auténtica intención educativa. Su dimensión utópica. Necesitamos preguntarnos: ¿Qué hacer para formar personas respetuosas con el medio, que además sean capaces de defenderlo? ¿Cómo preparar a las jóvenes generaciones para los duros escenarios del colapso ecológico que, sin lugar a dudas, se avecinan? ¿Podemos acompañar la transición hacia una sociedad y una cultura biocéntricas donde la vida se honre como el valor supremo, y su cuidado sea el eje de todos los esfuerzos?

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