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SIN MOLDES

Afirmar que la educación necesita un cambio urgente está de moda. Y señalar a los docentes como la charnela indispensable, se ha convertido en un lugar común. Lo que no está tan claro es qué queremos cambiar ni con qué fines; hacia dónde nos dirigimos…y, sobre todo, de dónde partimos. Se habla de éxito, de excelencia, de cuerpos de élite, de evaluación y retribución en función de los resultados…La escuela se equipara a la industria de producción de servicios y su empleo intensivo de mano de obra, para asegurar la calidad de los productos…. Sin embargo, considerar a niños, niñas y jóvenes un material para echar en un molde, y adjudicarle luego un número de serie, significa negarles su ciudadanía y sus derechos. Además, la misión del sistema educativo no es simplemente adaptarse al medio social y cultural sino, precisamente, contribuir a transformarlo.  
Por alguna razón, los discursos mediáticos evitan una reflexión profunda sobre el oficio de educar. Se limitan a repetir palabras grandilocuentes (algunas bastante desgastadas, por cierto), sin detenerse en los rasgos que caracterizan a un buen docente, con independencia de la etapa en que se desempeñe, más allá de su disciplina específica e incluso, de las pedagogías que le inspiren.
Buceando en mis recuerdos, puedo contar a las maestras y profesores que marcaron mi trayectoria académica, con los dedos de las manos. Aunque muy diferentes entre sí, todas tenían algo en común: eran personas especiales, atípicas, gente que se salía de la norma, “rebeldes” que rompían moldes. No se les podía encasillar en ningún papel, ni respondían a estereotipo alguno. Daban la impresión de sentirse libres para ser ellas mismas, más allá de las circunstancias. Y con su actitud, me invitaban a serlo a mí también.  Su mirada era capaz de atravesar las barreras de los convencionalismos sociales para encontrarse con la mía, en un espacio de igualdad y dignidad.
Me consta que apreciaban más el pensar y el sentir que el repetir y retener, porque sabían que los contenidos permanecen inertes si no hay un sujeto que los desea, se interesa, siente curiosidad, investiga, se entusiasma…: que les da una utilidad, un sentido. Y elegían confiar. Apoyaban nuestras iniciativas, por muy alocadas que parecieran. Preferían que deseáramos y reflexionáramos por nosotras mismas, aunque nos equivocáramos. Y nos enseñaban a sacar lo mejor de nuestros errores.  En el fondo, les gustaba la aventura. Vivían la vida de una manera atrevida, asumiendo riesgos.. Sabían que aprender es un viaje entre mundos con buenas dosis de misterio y caos… No les angustiaba perder el control. Eran humildes. Tenían convicciones profundas y trataban de ser coherentes, sin importarles demasiado lo que otros pensaran de ellas. Por supuesto, eran excelentes profesionales, pero también seres humanos únicos, personas amorosas que trataban a las demás con cariño y respeto, en lugar de manipularlos para lograr sus objetivos. ¿De dónde procedía esa forma de amor entre la philia y el ágape griegos? Tal vez simplemente de una elección consciente. De plantearse con honestidad la terrible pregunta: ¿Por qué estoy aquí y no en otro lugar?. Y responder sin vacilar: porque es donde quiero estar, porque no puedo hallarme, ser feliz, en ninguna otra parte.
Educar es ante todo una relación humana con las personas más sensibles y delicadas de nuestra comunidad. Seres en proceso de desarrollo para encontrar su propia forma. En lugar de cantidad de trabajo, moldes y y afecto entre e todo un poco de “el filia idado. as extraordinarias, sus objetivos. que enseña, pero tambiélites cortadas por el mismo patrón, requiere escucha, observación, comprensión, respeto, cuidado y responsabilidad. Una atención cálida que mira hacia el futuro, en esta época de inmediatez cortoplacista en que vivimos, como si no hubiera un mañana.
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3 Comments

  1. Estoy completamente de acuerdo Heike, quizá deberíamos de copiar algunos sistemas educativos mejores ya que creo que información sobre finanzas o de la vida diaria son más que necesarias para nuestros hijos

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