El escritor y activista budista Sulak Sivaraksa se ha convertido en un emblema para todo un sector de la juventud tailandesa, que sueña con un país menos “desarrollado” pero más justo, humano y sostenible, capaz de apoyarse en su historia y sus valores tradicionales para mirar con confianza hacia el futuro. Defensor de los pobres rurales y urbanos, este octagenario es uno de los líderes de la resistencia popular contra los excesos de la globalización y el desarrollismo económico que están transformando radicalmente el país. Acusado, en varias ocasiones, y condenado al exilio por criticar abiertamente la política del poderoso rey Bhumibol Adulyadej (Rama IX), Sivaraksa se mantiene fiel a sus convicciones y habla con la tranquilidad que le otorga medio siglo de resistencia pacífica a sus espaldas.
– Tailandia es actualmente la segunda economía más fuerte del sudeste asiático. ¿Cómo valora este espectacular crecimiento?
Mi valoración no es muy positiva. La moderna cultura económica ha contribuido al deterioro de los valores morales clásicos y de la visión espiritual del mundo, trastocando la comprensión de la existencia humana y de lo que constituye una vida buena y feliz. El desarrollo es exclusivamente material, a expensas del medio ambiente y de una distribución justa de la riqueza.
– Usted es muy crítico con la sociedad de consumo…
En un nivel profundo, el consumo recibe su vitalidad de la ilusión de autonomía del individuo, que la cultura occidental separa artificialmente del vínculo innato con sus iguales y con la naturaleza. Un ser humano solo, arrojado al mundo, con una existencia independiente de sus relaciones sociales y afectivas con los demás seres vivos.
Esta ilusión del “yo” es para los budistas la principal causa del sufrimiento. Nos volvemos ontológicamente extraños a los demás y también a nosotros mismos. Solo podemos realizarnos, en el acto de consumir: “compro luego existo” diría Descartes, si viviera hoy.
– Esta ilusión de separación ¿es la responsable de la destrucción del entorno?
Yo diría que sí. La cultura occidental está basada en tres ideas completamente erróneas: que la humanidad es independiente de la naturaleza, que los seres humanos somos dueños de la tierra, y que la felicidad resulta de adquirir bienes materiales.
– Pero nada está aislado…
Por supuesto que no. El mundo es un conjunto interdinámico, un todo cooperativo, una red de relaciones donde todo está vinculado con todo: sin la madre tierra no podemos sobrevivir, sin los árboles, o los ríos..Y pretender que somos propietarios del planeta resulta absurdo. En India, por ejemplo, el estado de Rajastán ha declarado que cada gota de lluvia pertenece al gobierno, que dará las oportunas concesiones, a compañías privadas, para venderla y comprarla. ¿Cómo se puede poseer la lluvia?. En cuanto a la felicidad de consumir…sabemos por experiencia que es momentánea…
– ¿Por qué nos gusta tanto comprar?
Los seres humanos venimos al mundo con la sensación de no estar completos, un sentimiento que la industria capitalista aprovecha para crear necesidades artificiales, y producir objetos que “garantizan” su satisfacción. Nos crea la ilusión que con ellos, podremos estar más atractivos, evitar el dolor, la enfermedad, la vejez, incluso la muerte. El consumo se dirige, exclusivamente, a la dimensión mental, material y económica del ser humano; potencia la ignorancia, el odio y la avaricia…, (las tres causas principales del sufrimiento según el Buda) y excluye otros aspectos más auténticos. Nos volvemos individualistas, mecánicos y egoistas.
– ¿Podemos evitarlo?
Sí, si limitamos nuestra avidez y codicia. Si somos conscientes que no necesitamos más; que podemos vivir de forma más austera, más sencilla…, sentirnos más ligeros con menos. Y si practicamos la generosidad: así comprendemos hasta qué punto nuestro bienestar y supervivencia dependen de la calidad de nuestro compromiso con los demás seres vivos. Además, es el mejor antídoto contra el miedo, porque refuerza la confianza en la vida.
– Se trata de encontrar la paz y la felicidad en nuestro interior…
Y también fuera. Como todo está interconectado, si solo te preocupas por tu felicidad, vas a crear más sufrimiento. En cambio, si te preocupas por la de los demás, te ayudas también a tí mismo. Te elevas desde lo mental a lo espiritual, a través de los otros. Y no estoy hablando solo de los seres humanos; me refiero a todos los seres sensibles. Esto es lo que dice la filosofía budista, pero debes aprender cómo practicarla.
– Entonces, ¿qué es la riqueza para usted?
Hace algunos años, James Wolfensohn, el antiguo presidente del Banco Mundial me hizo una pregunta parecida: ¿qué es la prosperidad desde el punto de vista budista?. Mi respuesta fue: ser próspero es estar presente, con plena atención en cada momento; es ser autosuficiente, es decir, no depender de fuentes lejanas para tu subsistencia; y sentirte satisfecho con lo que tienes. A nivel ecológico, la prosperidad se define como “más seres”. Cuanto mayor es la biodiversidad, más posibilidades hay de alcanzar la iluminación que solo puede realizarse colectivamente.
– Para eso tendríamos que cuidar la tierra…
Sí, pero no solo pensando en nosotros mismos, en obtener recursos, agua y aire limpios… etc, de una manera instrumental, como pretenden algunos ecologistas. Deberíamos cuidar de todos los seres sintientes porque son nuestros iguales y merecen cariño y respeto. Además, la naturaleza también nos cuida. Creer que solo nosotros la protegemos es una ilusión carente de humildad.
– ¿Cómo definiría el budismo?
Es una técnica para ayudarnos a salir de nuestro aislamiento. Cuando se practica conscientemente, permite transformar la avaricia en generosidad, el odio en compasión y la ignorancia en sabiduría. Su esencia es la no-violencia y la interconexión de todos los seres. Contrariamente a la sociedad de consumo, nos invita a enfrentar el sufrimiento; a darnos cuenta que es inevitable envejecer, morir..Y a comprender sus causas.
– No sabía que había “budistas activistas”
No me extraña. La espiritualidad, en Occidente, se ha difundido como una forma de escapismo. Para el auténtico budismo, solo crecemos espiritualmente a través de nuestro compromiso con los demás seres. No hay otra manera. Practicando la compasión, aprendemos a reconocer el sufrimiento de otros y tratamos de aliviarlo. Vivimos con los que se afligen y compartimos su dolor. Quienes pertenecemos a la clase media, por ejemplo, nos acercarnos a los pobres no para ayudarles, sino para aprender de ellos. En este país, centenares de monjes budistas han arriesgado su vida para evitar la deforestación y la explotación indiscriminada de los bosques. Esta es la verdadera práctica.
-¿Cree que la educación podría cambiar el sistema?
La educación occidental fomenta la ilusión del ego y está basada en la codicia de conocimientos y diplomas. Además, tiende a alejar a los niños de sus iguales y de la naturaleza. El sistema escolar va siempre en un único sentido, del maestro al alumno, cuando debería ir en dos direcciones: ambos pueden aprender el uno del otro. Si eres humilde estás abierto y aprendes de todos los seres. También aprendemos de los árboles…
– ¿Puede darnos algún consejo?
Respirar conscientemente, sintiendo el amor, puede ayudarte a reestructurar tu conciencia. Así aprendes a elevarte a todos los niveles: físico, mental, espiritual… Y observar la forma en que piensas, porque el pensamiento puede ser muy útil, pero también puede ser dañino.
– ¿Tal vez meditar?
A través de la meditación se alcanza un estado de alegría, tranquilidad y armonía con uno mismo y con los demás. Pero debes elegir el tipo de meditación adecuado, que no fomente el escapismo: debe llevarte a confrontar el sufrimiento y a actuar para erradicar la violencia estructural que existe en la sociedad. Todo activista debería meditar y todo meditador debería activarse.
[INSERT_ELEMENTOR id=”2874″]