MÍRAME MAMA

¿Alguna vez has observado la insistencia con que las criaturas, a cierta edad, dicen a sus cuidadoras eso de “Mírame mamá”?

Desde el momento en que llegan al mundo, buscan la mirada de las personas que las rodean. Un impulso interna que más adelante se traduce en el habitual “mirame, mamá!. Detrás de esa petición hay mucho más que la simple mirada. Es una necesidad vital de las criaturas que son capaces de expresar porque están conectadas con la inteligencia de la vida. Prestarles la atención que nos piden es fundamental para su desarrollo.

Enfrascadas como estamos en conversaciones, tareas y lecturas, muchas veces nos cuesta mirarles. Creemos que insisten “para fastidiar”, o por mimos y dependencias. Pensamos que, si atendemos a su continua petición de mirada, les estamos “malcriando”.

Miramos el móvil unas 140 veces al día, de media, pero no tenemos tiempo para contemplar el rostro y los ojos de nuestros hijos e hijas. ¿Qué nos está pasando?.

Los seres humanos no sólo nos nutrimos de alimento y calor físico: también nos alimentamos de conexión emocional y energética.. Los niños y niñas, como las plantas, los animales…y nosotras mismas, las adultas y adultos, necesitamos nutrirnos de la atención de nuestros seres queridos. Una atención que vehicula la emoción y es energía psíquica. Cuando reclaman es porque necesitan nutrición. Al recibirla, se sienten seguros.

¿Por qué ocurre ésto? Los seres humanos somos una especie “altricial”. Como otros animales, los pájaros por ejemplo, nacemos desvalidos y necesitamos cuidados durante mucho tiempo.

La mirada de la madre, o de la cuidadora principal, es más importante que cualquier otra porque nos construimos en espejo. Mirándonos a los ojos, observando nuestras expresiones, nuestros gestos, la forma en que reaccionamos a los acontecimientos, aprenden las emociones y sus matices. Saben cuando estar relajados, y cuándo por ejemplo, sentir miedo, alegría o tristeza. Configuran sistemas de alerta, para protegerse de peligros potenciales y construyen su primer vínculo, el más importante. Un vínculo con el que se van a medir y a moldear todos los otros vínculos, las relaciones que vendrán, a lo largo de la vida.

Cuando las criaturas reciben fácilmente estas miradas, desarrollar más confianza en sí mismas. Una identidad más sólida y son capaces de establecer lazos más positivos, con los demás.

Ahora bien, no siempre tenemos suficiente disponibilidad, ya sea física o psicológica para mirarles. Entonces ¿qué hacer?. Lo más importante es ser auténtico. Reconocer y expresar que somos nosotras las que no estamos disponibles: “ahora estoy cansada, después te miro”. En vez de mezclar nuestro cansancio, por ejemplo, con un sentimiento de culpa por no estar disponibles y terminar juzgándoles, acusándoles de ser unos pesados, o “demasiado dependientes”.

El problema no es tanto el “no hacerles caso”, como “juzgar y reprimir” su impulso “natural”. La criatura pensará que la madre no está contenta, que la molesta… Y si la necesidad vital de ser mirado no encuentra respuesta, el niño lo pedirá cada vez menos, incluso dejará de pedirlo. Y buscará otra manera de satisfacer esa necesidad de forma secundaria: ya no directamente con la mirada sino, por ejemplo, pidiendo que le compren cosas. Esta necesidad también podría llegar a estancarse en forma de bloque.

Cuando veo en un parque a niños que piden atención y, en cambio, son abandonados por los padres que tienen los ojos puestos en las pantallas, me siento muy mal. No quiero culparles. Creo que les falta información, apoyos. Tener un hijo hoy en día es muy difícil, un acto de valentía. Además, no hay madres ni padres perfectos. Hacemos lo que podemos. Les damos lo mejor y lo peor de lo que somos. Es algo inevitable.

Pero es un hecho que las criaturas nos enseñan a practicar la presencia: respirando y sintiendo en cada momento, en cada situación. Y es una pena que pasemos de lado. Que no aprendamos la lección que la vida nos está dando a través de ellas. Que desaprovechemos la oportunidad de crecer y de contribuir a su desarrollo saludable.

Además, los años del mírame no duran siempre. Entre los 6 y 7 , cuando su identidad está ya más construida, dejan de pedirlo con tanta asiduidad. Tienen otras relaciones y se van nutriendo con el espejo y la atención de otras figuras. Familiares y los amigos van sustituyendo a la figura de la madre.

Sin embargo, la mirada de la madre siempre será necesaria. Hablar con ella, su punto de vista, la forma en que nos conoce y nos reconoce… Las personas que se aman se miran mucho a los ojos. Porque es en la atención y en la presencia donde crece el amor.

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